El coche patrulla disminuye su velocidad y comienza a desplazarse a la misma velocidad que nosotros andamos. Desde la acera les miro de reojo, ellos me miran, mi chaval tiene los cascos y no se da cuenta. El coche da un volantazo y nos bloquea el camino.
– ¿Vivís por aquí?
– Somos de aquí del barrio
– ¿A donde vais?
– ¿Por qué nos estáis preguntando esto?
– Está habiendo problemas por esta zona, y queremos recabar información.
Yo no digo nada y se crea un silencio incomodo.
– ¿Ese chico está contigo? ¿Eres su tutor o algo así?
He aquí el verdadero motivo de por qué nos han parado; las pintas del chaval.
Así que digo la palabra mágica;
– Si. Soy educador social
Y como por arte de magia, la poli nos da las buenas tardes y se va.
¡¡Ya me lo dijeron hace años!! «Julio cuando llames a los centros de menores, al instituto, a reforma… no digas que eres profesor, ni monitor, ni tutor… no no, di que eres EDUCADOR SOCIAL»
Y así se me empezaron a abrir todas las puertas como el que muestra una placa de policía. Una placa de policía-psicológica con licencia para traspasar domicilios privados, para juzgar, opinar sobre temas íntimos, calificar de trastornado a quien quieras, decidir quién es buena o mala madre, el destino de sus hijos, los permisos de un preso, autorizar visitas…
¡¡¡Qué ingenuos fuimos!!! Que creíamos de estudiantes que la carrera de educación social se hizo para ayudar, desarrollar al individuo, por solidaridad y justicia social ¡¡¡Qué ingenuos fuimos!!! Que nunca sospechamos que simplemente se hizo porque ni la policía, ni la fiscalía, ni los jueces… podían entrar en los domicilios privados.