El niño llega a boxeo, es nuevo, está tímido. Hablo con él, le explico… y veo que me quiere decir algo, como si quisiese confesar algo;
– Mira yo… es que… tengo… eso de… “déficit de atención” y me dan pastillas y eso
Me le quedo mirando, le agarro del hombro con medio abrazo, le giro y le digo;
– Mira, ¿ves ese que está pegando al saco? Ese también tiene déficit de atención. Ves ese que está peleando, también tiene déficit de atención. ¿Ves ese mayor? ¿El que esta fuerte fuerte? Ese es mayor y de pequeño ¡también! Tenía déficit de atención
Aquí todos tienen déficit de atención, y mira como atienden en clase de boxeo, uno tiene déficit de atención hacia lo que no le gusta. Hacia lo que te gusta no tienes déficit de atención. Tú si te gusta el boxeo vente y no te preocupes de más.
La atención es dirigida hacia algo. Por lo que un niño nunca tiene “déficit de atención” sin más, tiene “déficit de atención” respecto a algo.
Lo que se tendría que preguntar la comunidad educativa (y adulta) es por qué hacia ellos hay un “déficit de atención”, o mejor dicho; un «déficit de interés».