Los cerdos no reformaron la pocilga donde vivían, simplemente la abandonaron para mudarse a la casa del señor y la señora Jones (el chalet de Galapagar), tenían que vivir como lo que eran; dirigentes, la casa tenía que estar a la altura de su “dignidad”. No podían estar en el corral con las gallinas, ni en el establo con el burro y el caballo, ni en el redil con las ovejas.
Como allí había cubiertos, comenzaron a comer con estos utensilios. Después descubrieron el armario del señor y la señora Jones, donde descubrieron la ropa de los humanos, se la probaron y se vistieron con ella.
Más tarde comenzaron a intentar andar con dos patas. Poco a poco fueron consiguiendo mantener el equilibrio, hasta que acabaron irguiéndose, como los humanos.
Un día, el burro, miró por la ventana de la casa del señor y la señora Jones. Y allí estaban los cerdos, sobre dos patas, con traje y corbata, en una mesa con cuchillos y tenedores, brindando con champán. Y lo más sorprendente; negociando con los humanos la explotación de la granja.
El burro miro a los cerdos, luego a los humanos. Volvió a mirar a los cerdos, luego a los humanos. Volvió a mirar a unos, y luego a otros, a unos y a otros… hasta que llegó un momento en que ya no diferenciaba a los cerdos de los humanos.
(Rebelión en la Granja – George Orvell)