El abogado le pasa mi carta. En seguida el vigilante que vigila la conversación, la relación, que todo lo observa, dice;
– No le puede dar nada. Si quiere darle esa carta la tiene que enviar por correo.
Si la envío por correo (y no a través del abogado) se que la leerán los «educadores», o los carceleros, o los vigilantes psicológicos, o los funcionarios de prisiones de adolescentes… nunca se como llamar a esta gente.
Leerla para violar su intimidad, para someterla, para humillarla, para controlarla, para reducirles psicológicamente… a una persona no la reduces privándola de libertad, sino privándola de intimidad.
El abogado abre la carta, se la pone delante. Ella, medio drogada por la medicación, la lee. Yo no le digo nada especial en ella, pero le hace mucha ilusión.
Y así, a través del abogado, consigo colarle a este bunker del «Sistema de Reforma de Menores» un «hola», un «¿qué tal?», un «¿cómo estás?»… para que sepa que no está sola, que seguimos aquí afuera.
«Colarle un mensaje», y es que cualquier adulto en una cárcel para adultos tiene más derechos y garantías procesales que estos chicos y chicas (menores de edad) en estos «centros de menores», o cárceles de niños, o psiquiátricos de adolescentes, o centros de tortura psicológica… nunca se cómo llamar a estos sitios.