La sala vacía

A la una de la tarde en pleno mes de julio con un sol abrasador, descalzo, con una rueda pinchada, baja el chaval haciendo pequeñas eses en la bici, en esas bicis del ayuntamiento, que son para desplazarse pero no para jugar. Pronto llegará la policía, le detendrán, se lo llevarán a comisaría, o algo peor.

Si intentase ir a la piscina sin dinero, custodiada por vigilantes, le pasaría más o menos lo mismo.

Si se bañase en la fuente, lo mismo.

Si intentase desplazarse en metro sin dinero, lo mismo.

Si pintase un graffiti, lo mismo.

Si ayer escribía sobre niños y niñas jugando y chapoteando sobre el riego de un aspersor (lo único que les queda para mojarse), hoy lo hago sobre un chaval jugando con una de esas bicis del ayuntamiento (que son para desplazarse, no para jugar).

Como esa película de Fernando León, “Barrio”, adolescentes pasando el verano sin nada que hacer.

Acudieron a mi unos estudiantes de educación social para entrevistarme para un trabajo de educación de calle, mi conclusión fue rotunda; “mejor que la educación de calle, es luchar porque les dejen pasar a la piscina. El dinero que pueda costar un educador de calle, debería destinarse a dejar gratis la piscina”.

Desde la Educación Social estamos obsesionados con la “intervención” ¿Pero en qué hay que intervenir? La chavalada ya sabe; sabe rapear, bailar breackdance, montar en skate, graffitear, chapotear, nadar… saben divertirse, crear, disfrutar… solo necesitan que les dejemos en paz.

Les prohibimos hacer todo y luego creamos proyectos para tratar la adicción a las nuevas tecnologías (intervención). Es la psiquiatrización de la infancia; “te has enganchado porque estás enfermo, no porque te hayamos prohibido cualquier alternativa de ocio”.

El otro día me decía un padre que su hija de 11 años había estado hasta las cuatro de la mañana con el móvil. Y yo le respondía más o menos; “normal”.

Ok, le quitamos el móvil, y en su lugar ¿Qué dejamos? La nada, el aburrimiento, el hastío.

Sara Escudero, la psicóloga que entrevisté por la radio el otro día sobre las autolesiones lo ejemplificaba así;

“Imagínate que en una sala del museo quitas los cuadros porque no son apropiados, tendrás que sustituirlos por algo ¿O dejas la sala vacía?”

Queremos que no se droguen, que no se metan en líos, que no se enganchen a los móviles, que no vaya a casas de apuestas… ¿Pero qué alternativas les damos?

¿Con qué cuadros vamos a decorar esa sala que hemos dejado completamente vacía?

Nuestra última esperanza

Empapados, entre risas y correteos los niños y niñas, unos en calzoncillos y las otras en bragas, se meten debajo del chorro de agua que tira el aspersor para regar el césped del parque.

Juegan y se divierten eufóricos.

Cómo la típica imagen de EEUU con el aparato rojo ese de los bomberos echando agua.

Hace unas semanas hacían lo mismo pero con las fuentes para beber del parque. Cortaron el agua. Ya ninguna fuente del barrio tiene agua.

Las piscinas municipales de nuestro distrito una cerrada por obras, la otra inespugnable por el Covid.

Los antiguos chorros del parque «Juan Carlos» secos.

Todos los ríos y embalses de Madrid prohibido el baño.

El aspersor es nuestra última esperanza.

Corred, jugad, mojaros, empaparos… que pronto os cerrarán el grifo, que pronto pondrán multas a vuestros padres por irresponsables, antihigiénicos y sucios, que pronto pondrán un cartel «prohibido mojarse», que pronto seréis usuarios de ONGs de ocio y tiempo libre, de planes juveniles del ayuntamiento para combatir la adicción a las nuevas tecnologías…

Corred, jugad, mojaros, empaparos…Que pronto ese aspersor será prohibido.