Ayer, discutiendo con el policía que quería dejar a un niño de unos 14 años en la calle muerto de frío, y no meterlo al centro de menores de Hortaleza (que deja como castigo a los chicos y chicas en la calle durante el día y parte o toda la noche), alegaba:
– El menor renuncia a su protección. Por lo que es su voluntad no entrar (era mentira, el chico muerto de frío quería entrar)
Y yo le razonaba:
– Es decir, que si mi hijo de 14 años se va de casa y no quiere volver porque «renuncia a su protección» le tengo que dejar en la calle (la Administración me quitarían la tutela y me denunciaría por abandono y maltrato)
El policía era contundente:
– No compares.
El policía no podía comprender semejante comparación. ¿Por qué? Porque una cosa es un niño y otra un MENA. Una cosa es una persona, y otra un infrahumano. La institución, el lenguaje, la sociedad, está dando a estos niños y niñas la categoría de INFRAHUMANOS. Que deben regirse por otras leyes, otras normas, y otras lógicas.
Varios chicos y chicas, tuteladas, alguno en chándal, otros con ropas malas, de noche, con un frío tremendo, están en la entrada del centro de Hortaleza.
Son muy jóvenes, parecen de 13 o 14 años.El centro no les dejan entrar. Ese es su castigo: helarse en la calle. Emilia , indignada, llama a la policía. La policía se presenta al rato. Emilia, educadamente, con unos mediadores de Cruz Roja, les explican la situación. La policía entra con los siete chicos y chicas y los mete dentro.
Al rato salen, con uno. Y nos dicen:
– Este menor ha rechazado la protección (como si un menor pudiese renunciar a sus derechos o su condición de menor), si ustedes quieren pueden llevarlo a la GRUME (grupo de menores de la policía Nacional)
Y aquí se lía la gorda. Porque Emilia y yo, indignados, comenzamos a discutir con ellos. El tono se va elevando, la tensión va subiendo… Los policías insisten en que es el chico quién renuncia a la protección. Y el chico, de unos 14 años, en chándal, muerto de frío, al lado nuestro diciendo que quiere entrar.
– Pues si no quiere que duerma en la calle lléveselo a su casa.
Me dice uno de los policía.
– Si yo me llevo al niño a casa sin autorización del tutor (Comunidad de Madrid) me denuncian por sustracción de menores.
Es un «Sistema de Desprotección Organizado» que ni come ni deja comer, ni acoge ni deja acoger. Ejerce una función de bloqueo.
Explicándoles lo que tienen que hacer: obligar al centro a acogerlo en caso de que esté dado de alta o llevarlo a la GRUME en caso contrario y luego al centro. Me contesta:
– Es que la teoría es muy bonita…
– ¿Por «teoría» se refiere usted a la Ley?
Fijaros en este punto, los que están todo el día con la Ley y el Orden en la boca (la policía), ahora la llaman «la teoría». Les gusta mucho la Ley, la que les conviene, la que seleccionan según sus valores. Les digo que si dejan al niño en la calle están cometiendo un delito de abandono, omisión de socorro y dejación de funciones. Y aquí, es donde reculan. Se llevan al niño adentro, obligan al centro a acogerlo y se van.
Pero aquí no acaba todo. El centro es «inteligente», ha debido aprender que si deja a los críos fuera en la calle, en el parque, la policía y los vecinos toca cojones como nosotrxs se los devuelven. Entonces deja al chico en el patio del centro, afuera, con el frío, en chándal, y aquí la policía no puede hacer nada (el chico está dentro del centro, en sus instalaciones, en su recinto, con su tutor).Así estamos otra vez en Hortaleza. Cómo en el 2016. Pero con una diferencia, con una nueva Ley de Protección a la Infancia (Ley Rhodes) aprobada hace poco por el gobierno, donde no se contemplan éstas situaciones (al contrario, ahora el educador o educadora que ha expulsado a la calle a estos niños, es agente de autoridad), porque no contempla la violencia institucional, la niega, como los negacionistas niegan el COVID.
Es difícil aparcar el coche, es largo, de 7 plazas para la chavalada. Así que Jefry me espera en la calle, con la bombona de butano en la mano. Le recojo, y vamos de gasolinera en gasolinera buscando bombonas llenas. Hasta hace poco estuvo sin luz, duchándose con agua fría. La calefacción es una estufa de butano, si usase electricidad para calentarse no podría pagar la factura, porque el precio se dispara.
Damos vueltas, de gasolinera en gasolinera, preguntando, pero en todas están agotadas las bombonas. Se agotan en pocas horas de tanta demanda que hay. Esto quiere decir que hay mucha gente en la situación de Jefry, de pobreza energética. El repartidor de butano pasa en horario laboral, cuando Jefry trabaja. Trabaja en negro, ilegal, sin papeles, de sol a sol o de noche a noche, sin descanso, hasta que el cuerpo aguante.
Uno de sus jefes le debe como cuatro mil euros de varios meses trabajados. Que nunca cobrará. No es pobre por no trabajar, por no producir, es pobre a pesar de ello.
Mientras, de noche, damos vueltas buscando una bombona, pasamos por todas esas avenidas llenas de luces navideñas. Luces y más luces. De colores, brillantes, parpadeantes, que se consumen solas en calles vacías, anuncios de felicidad, de abundancia, de hogares calientes. Como si la ciudad entera fuese una casa de apuestas, una de esas máquinas “tragaperras” que te deslumbran con sus sonidos y colores. “A los pececillos les atraen las luces, y nosotros no somos mucho más evolucionados que ellos” decía algo así una chica autista en la serie “Atípico” hablando sobre la publicidad y el marketing. Nuestra economía es así, hecha para pececillos, una máquina tragaperras, una feria casposa llena de luces que brillan, pero no calientan, una hamburguesa grasienta, fastfood que llena, pero no alimenta, una cáscara que, al abrirla, no contiene nada.
El otro día salía por televisión Jorge Sanz diciendo:
– He apadrinado-adoptado a un “chino”
Me parece relevante que cuando hablemos de perros, hagamos referencia a la raza. No es lo mismo “he adoptado a un chihuahua” que “he adoptado un rottweiler”, existe en la raza del perro un determinismo biológico, que determina su carácter, su tamaño… pero ¿existe un determinismo biológico en la infancia? ¿Nos dice algo del niño esa frase “he adoptado un chino”?
Es curioso escuchar a Jorge Sanz, como a otros famosos (Miguel Bosé), hablar o insinuar de sus problemas con las drogas, porque por el mismo motivo a muchas madres biológicas les han quitado la tutela de sus hijos. Se nos muestran o se nos insinúa, una vez más, un sistema de protección a la infancia que no quita y entrega tutelas en relación a problemas personales, familiares, estabilidad… sino por una capacidad económica y de influencia social.
Se nos muestra por TV gente rica y famosa que habla de adoptar niños como el que va al mercado y compra patatas. Sin embargo, no se nos muestra (y por consiguiente se nos oculta) la otra cara de la moneda; a la madre pobre que por la fuerza le separan de su hijo, de su hija.
Si el perro nace ya con un “determinismo biológico”, parece que en nuestra sociedad el individuo nace también ya, con un “determinismo económico”.
El padre de Héctor, en «El Olvido que seremos», como catedrático de medicina, explicaba que de nada servía aumentar el número de médicos, hospitales, ONGs… si seguía bajando el agua contaminada a los barrios pobres de Medellín, pues al beber de allí los niños y niñas cogián la disentería, enfermedad que les provocaba la muerte, diarreas, desnutrición, debilitamiento del sistema inmunitario… y les hacía vulnerables al resto de enfermedades.
El padre, así, convertía la medicina en un conflicto social y político, el problema médico pasaba a ser un problema de infraestructuras, de presupuestos, de explotación. Rompía los muros de su despacho en la universidad para poner los pies en la calle.
Las teorías psicológicas que se nos presentan estos días, después de la muerte de Verónica Forqué, pueden ayudarnos a mejorar la «enfermedad de disentería», pero eluden que el «agua baja contaminada» (un estilo-filosofía de vida occidental; consumismo, individualismo, hiperexigencia, hipercompetitividad, cultura del éxito, de la belleza, explotación laboral…).
Incluso pueden ser una herramienta para quien crea el problema poder evadirlo, te exploto 12 horas al día sin librar, sin pagas, te desahucio de tu casa, o te meto en un reality show donde te humillo… (ansiedad, depresión) al mismo tiempo que te ofrezco un taller de mindfulness, de risoterapia, un coaching o un psicólogo. Creo el problema y luego te ofrezco la solución.
Si no ponemos sobre la mesa que «el agua baja contaminada», estaremos psiquiátrizando al individuo, transformando un problema de violación de derechos en uno psicológico, convirtiendo un problema social-colectivo en uno particular, individual, privado, íntimo, aislado, eludiendo la responsabilidad del maltratador para que recaiga todo el peso sobre la victima.